Graciela, una vocación por el aprendizaje
Reencuentro con Graciela Domingo.-
El sol de la tarde de este sábado teñía el aire de oro mientras cruzaba la calle hacia la casa de Graciela. Una brisa arrastraba el aroma del otoño y el eco de antiguas conversaciones, como si el tiempo quisiera susurrarnos su propia historia.
Cuando vi a Graciela, sentí que el pasado cobraba vida en sus ojos. Nos abrazamos con la calidez de quienes se reencuentran no solo con una persona, sino con un pedazo de su propia historia. Aquel encuentro fue más que un viaje a la infancia; también fue el reflejo de un vínculo profundo que había dejado huellas imborrables.
A través de sus palabras, mi madre, adquiría nuevos matices, gestos y una presencia más viva que nunca. La forma en que Graciela hablaba de ella, con admiración y afecto, hacía que la historia de mi familia se tejiera de nuevo, con hilos más brillantes y nítidos en esa época de los 70. Escucharla describir a mi madre como nunca antes lo había oído me llevó a rincones de mi memoria que creía olvidados. No fue solo una entrevista; fue reencontrarme con partes de nuestra historia compartida que solo el tiempo y los recuerdos ajenos podían devolverme.
Nos sumergimos en recuerdos de Picún Leufú, en la esencia de una comunidad que crecía entre la escuela y el hospital, entre su vocación por el aprendizaje y su compromiso. Manuel, su hijo compartió con nosotras unos minutos de anécdotas en lugares remotos donde estuvo trabajando. Revivimos el espíritu de aquellos lugares alejados de todo. La ausencia de Máximo, el otro hijo de Graciela, se sintió como una conversación pendiente que esperaba su turno.
Cuando Raúl fué a buscarme, el círculo de aquel día se cerró. No fue solo una entrevista ni una charla entre amigas, sino un reencuentro con la raíz de quienes somos, un instante en el que pasado y presente se fundieron en la tibieza de un mate y la complicidad de un recuerdo compartido.
El sol filtrado por la ventana bañaba la mesa con su resplandor dorado. La fragancia del mate amargo recién servido flotaba en el aire, mientras la voz pausada de Graciela tejía recuerdos con cada palabra.
Sosteniendo el mate caliente entre mis manos, escuché cómo hablaba de mi infancia. Me invadió una emoción inesperada. Nunca antes había imaginado cuánto deseaba ir a la escuela siendo tan pequeña, pero ella lo recordó con una claridad que me hizo viajar en el tiempo.
Es hermoso reconocer cuánto influyen la calidez de una persona con esas esas primeras experiencias en nuestra vida. Graciela, al aceptarme en su segundo grado a pesar de mis cuatro años, dejó fluir en mi la curiosidad y canalizo ese deseo de aprender. Alentó mi creatividad y la confianza en descubrir ese nuevo mundo que es la escuela.
Este sábado fue un reencuentro muy especial! Muchas Gracias, Graciela por tu invaluable tiempo que transcurrió sin darnos cuenta entre mate 🧉 y mate.
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