Suiza : Entre los Alpes y el chocolate - La magia de ascender el Mont Blanc


Traducido al idioma Inglés para aquellos lectores del libro que son angloparlantes, Australia, EEUU, Suizos, de Bélgica y Dinamarca con los que estamos en contacto.



 “No viajamos para escapar de la vida , sino para que la vida no se nos escape..”

Sentada en las amplias butacas de la aeronave, se me acerco una azafata, poco servicial y medio osca que me pregunto si deseaba cenar comida caliente, a lo que asentí con un leve movimiento de mi cabeza, dejando notar una sonrisa en mis labios. Estaba viajando por la línea aérea de Aeroflot.

El avión era más amplio de los que hasta ese momento había visto, con cuatro líneas de asientos. Sentada junto a mi pude darme cuenta que dormitaba una señora y una joven de largos y ondulados cabellos rubios. Serían mis compañeras de viaje, durante el trayecto de las 29 largas horas del vuelo SU351. Habíamos partido desde el aeropuerto de Ezeiza rumbo a Sheremetyevo en Moscú, con escala en Río de Janeiro y en la Isla de Sal, que está en Cabo Verde cerca de la costa de África occidental, cubriendo una distancia de 13.500 km. en línea recta.

Ese año había trabajado en una agencia de viajes y casa de cambio “Pullman”, a la vuelta de mi casa en la calle Pampa 286, en Neuquén. Un gran impulso interior me había llevado a concretar este viaje a Europa, a la casa de una amiga Suiza en Lauterbrunnen en el Cantón de Berna. 

Trabajar en ese lugar, sin darme cuenta, me había brindado la información necesaria para lo que iba a emprender: compañías, vuelos aéreos y algo importante, las promociones. Permitiéndome de esta manera comprar mi pasaje, que lo deje abierto por un año. Sabía que iba pero no sabía si volvería.

Un gran dolor estaba traspasando mi corazón. Aterida, angustiada, estaba sufriendo por la pérdida física de mi madre, mi compañera y amiga. Hacía un año que había muerto y durante esos meses amargos, con lágrimas frías como lluvia goteando en mi alma, mi mente evocaba todo el tiempo los hermosos sucesos vividos con mi madre, sobre todo los más recientes durante ese colorido otoño del año anterior. Habíamos viajado juntas cuatro días de abril, a San Martín de los Andes. Ella había tomado un descanso de su ajetreada rutina, para acompañarme al 1° Congreso Nacional de Profesionales y Técnicos en Deportes de Montaña. Yo, su hija, había sido invitada para disertar sobre Aconcagua y no se lo quería perder, se notaba que estaba orgullosa.

Abría el aluminio que prolijamente recubría el plato principal de mi cena caliente. Era pollo con chucrut, que seguramente repetiría a lo largo de todo el vuelo que duraría más de 24 hs. También pedí la tradicional torta rusa Prianik, servida en diferentes cajas. 

Mientras cenaba pensaba en mi madre. Ella nos había enseñado a vivir con libertad buscando lo que nos movilizara. Ella y mi padre, nos habían apoyado en cada decisión que habíamos tomado, a pesar de los riesgos que pudieran aparecer en lo que estábamos emprendiendo. 

Continuaba alimentándome, no sé si por angustia o aburrimiento y la azafata no dejaba de traerme otra bandeja, siempre abundante, como si estuviéramos en una rutina de engorde durante el interminable de vuelo. Mi mente volvía a llevarme a momentos compartidos con mi madre, en los que acostumbraba a cruzarle mi brazo a través del suyo mientras caminábamos, cuando teníamos tiempo libre disponible para nosotras durante el Congreso en San Martín de los Andes. Aprovechamos para conversar mucho, algo que siempre habíamos hecho, dialogar cuando teníamos la oportunidad. El brillo de sus ojos celestes, el color de su sonrisa y la intención vestida de amor en cada uno de sus actos, la definía.

Su profesión como médica cirujana de la salud pública, le demandaba gran parte de sus horas diarias. Principalmente su actitud de compromiso y responsabilidad, con sus ideales que eran muy fuertes hacían que focalizara su vida en dos aspectos importantes para ella: la familia, siendo una madre presente en todos los sentidos; y su profesión, luchando por lo que creía un mundo mejor para todos los habitantes de este planeta. Por eso, aquella caminata en el Congreso fue un buen momento para compartir. 

Para ese Congreso, el departamento de graduados de la Universidad Nacional del Comahue, había hecho invitaciones a distintas organizaciones de todo el país, con la intención de concentrar las distintas disciplinas: kayaks de aguas blancas, que es el descenso por los ríos en dirección de la corriente; paracaidismo, cabalgatas, y bicicletas de montaña y montañismo. Aglutinadas con un sentido común: la aventura. Ella, mi madre, como siempre ponía su corazón en todo lo que hacía, participó activamente de las comisiones que el congreso proponía, siempre haciendo su aporte como médica.

Resultó una experiencia única, estar entre apasionados por estas otras actividades desconocidas para mí, hasta ese momento. Todo se empañó, dos meses después, en el que mi madre nos dejó con un sorpresivo paro cardíaco. Sentí que mi mundo se desmoronaba, nada sería igual. Frente a esta nueva realidad de la existencia de la muerte que se había hecho presente, me daba cuenta que era algo para lo que no estaba preparada en la vida y que no podía controlar. Comencé a tener miedo de perder a seres tan queridos y amados, como mi madre.

Haciendo el duelo aún, en esos días siguientes a pesar del dolor, rendí mí tesis final, solo deseaba terminar con mis obligaciones universitarias y recibirme. Queriendo quebrar ese maldito destino, tomé la decisión de viajar a Suiza, a donde me esperaba mi amiga Graf. Había pasado casi un año y no quería esperar a la primavera para que lavara mis penas.

Ahí, iba volando rumbo a Moscú, sola, apenada, sin ningún conocido a mí alrededor. Todo era y sería distinto en los siguientes días, meses y años siguientes. En mi fuero interno debía vivir esa nueva realidad, re-significarla sin ella, mi madre. Necesitaba repetirme a mí misma con esperanza: “esto pasara, puedo superarlo si quiero, este viaje me servirá, cambiar de ámbito, de país, de idioma, espero que ayude que ese dolor que tengo vaya disminuyendo”.

Vivencias y contextos distintos fueron comenzando a ser presentes en mis días siguientes.

Extracto del Libro "PASION Y AVENTURA - memorias y presente de una aventurera"

"We do not travel to escape life, but so that life does not escape us "

Sitting in the wide seats of the aircraft, a stewardess approached me, unhelpful and half oscan, who asked me if I wanted a hot meal for dinner, to which I nodded with a slight movement of my head, letting a smile appear on my lips. He was traveling on the Aeroflot airline.

The plane was more spacious than I had seen so far, with four rows of seats. Sitting next to me I could realize that a woman and a young woman with long, wavy blond hair were dozing. They would be my traveling companions, during the journey of the 29 long hours of flight SU351. We had departed from Ezeiza airport to Sheremetyevo in Moscow, with a stopover in Rio de Janeiro and Sal Island, which is in Cape Verde near the West African coast, covering a distance of 13,500 km. in a straight line.

That year I had worked in a “Pullman” travel agency and exchange house, just around the corner from my house on 286 Pampa Street,in Neuquén. A great inner impulse had led me to make this trip to Europe, to the house of a Swiss friend in Lauterbrunnen in the Canton of Bern.

Working in that place, without realizing it, had given me the necessary information for what I was going to undertake: companies, air flights and something important, promotions. Allowing me in this way to buy my ticket, to leave it open for a year. I knew he was going but didn't know if he would return.

A great pain was piercing my heart. Distraught, distraught, I was suffering from the physical loss of my mother, my partner and friend. It had been a year since I had died, and during those bitter months, with cold tears like rain dripping into my soul, my mind constantly evoked the beautiful events I had experienced with my mother, especially the most recent ones during that colorful autumn of the previous year. We had traveled together for four days in April, to San Martín de los Andes. She had taken a break from her busy routine to accompany me to the 1st National Congress of Professionals and Technicians in Mountain Sports. I, her daughter, had been invited to speak about Aconcagua and she did not want to miss it, she could tell that she was proud.

She opened the foil that neatly covered the main course of my hot dinner. It was chicken with sauerkraut, which he would surely repeat throughout the flight that would last more than 24 hours. I also ordered the traditional Russian Prianik cake, served in different boxes.

While I was eating, I thought about my mother. She had taught us to live with freedom looking for what would mobilize us. She and my father had supported us in every decision we had made, despite the risks that could appear in what we were undertaking.

She kept feeding me, I don't know if out of anguish or boredom and the stewardess kept bringing me another tray, always abundant, as if we were in a fattening routine during the endless flight. My mind returned to taking me to moments shared with my mother, in which she used to cross my arm through hers while we walked, when we had free time available for us during the Congress in San Martín de los Andes. We took the opportunity to talk a lot, something we had always done, to dialogue when we had the opportunity. The brightness of her blue eyes, the color of her smile and the intention dressed in love in each of her acts, defined her.

Her profession as a public health surgeon demanded a large part of her daily hours. Mainly her attitude of commitment and responsibility, with her ideals that were very strong, made her focus her life on two important aspects for her: her family, being a mother present in all the senses; and her profession, fighting for what she believed to be a better world for all the inhabitants of this planet. Therefore, that walk in Congress was a good moment to share.

For that Congress, the department of graduates of the National University of Comahue, had made invitations to different organizations throughout the country, with the intention of concentrating the different disciplines: white water kayaks, which is the descent through the rivers in the direction of the current; skydiving, horseback riding, and mountain biking and mountaineering. Agglutinated with a common sense: adventure. She, my mother, as she always put her heart in everything she did for her, she actively participated in the commissions that the congress proposed, always making her contribution as a doctor.

It was a unique experience, being among passionate about these other activities unknown to me, until that moment. Everything was clouded, two months later, in which my mother left us with a surprising cardiac arrest. I felt like my world was falling apart, nothing would be the same. Faced with this new reality of the existence of death that had become present, I realized that it was something for which I was not prepared in life. 


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Celina Guiñazu, nuestra querida compañera de cordada en la Expedición femenina  de la triple "C" al Aconcagua en el '88. Y su marido, Danielon Rodríguez, un gran montañista guía en Aconcagua. Fue junto con Alejandro Randis y Lito Sánchez quienes crearon la Escuela Provincial de Guias de Alta Montaña y Trekking en Mendoza. La primera en Sudamerica. 




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