Cruzando los límites fronterizos

 1er Expedición a los Andes Bolivianos -  Club Andino Neuquén 1986

Estábamos todos los integrantes de la primera expedición a Cordillera Real de Bolivia que estuvo compuesta por Fernando López de Murillas, bioquímico, que tenía 24 años; Alberto Ambort, ingeniero, que tenía la misma edad que su amigo; Alfredo Rosasco, nuestro coach y jefe de expedición de 43 años de edad y yo… Carolina Diby, que tenía 22 años. Estudiante de licenciatura de Turismo.


                             Alfredo, Alberto y Carolina en la Cordillera Real Boliviana- mes de Julio 1987


"El 19 de Julio, a las seis de la mañana se detuvo un jeep amarillo en la puerta del Hostal Yanachocha que nos llevaría al Valle de Huichukota. Descendió un joven, que luego de presentarse, comenzó a ayudar a cargar nuestros contenedores azules de plásticos que contenían nuestro equipo de escalada, carpas de base y altura, elementos de seguridad y alimentos para los días que estaríamos en la montaña. También nos ayudó a cargar nuestras mochilas.

Así que, con todo nuestro equipaje a bordo del jeep, partimos los cuatro. Éramos una expedición ligera, como se llama en la jerga del alpinismo, un grupo reducido de integrantes y como consecuencia con poco equipaje, permitiéndonos movernos de esta manera más rápido y ágil en la montaña sin usar mulas.

Abriendo paso, zumbando por las callejuelas aun desiertas de la ciudad de la Paz, pronto estuvimos en las afueras de la misma adentrándonos a la Cordillera Real rumbo a nuestro objetivo. Esta aventura en la montaña tenía como desafío nuevas rutas y en lugares apenas frecuentados, como lo era el Valle de Huichukota.

Alfredo, el jefe de la expedición, se había asesorado adecuadamente consiguiendo información de un escalador del Club Andino Córdoba, Jorge Tarditti que había estado años atrás en esta región. Estos datos que le brindó, nos aseguraba poder disfrutar al máximo nuestras ascensiones.

Me acurruqué en el asiento del jeep, sujetándome muy fuerte. Transitábamos rápidamente por los caminos polvorientos, adentrándonos a través del valle y colinas hacia los Andes. Durante las dos horas desde que salimos de la ciudad de la Paz, no nos cruzamos con ningún vehículo.

A lo largo del recorrido, se dejaban ver pequeños grupos de chozas hechas de barro, esparcidas sobre el terreno, como si fueran racimos de uva sobre una mesa. También vi rostros morenos con la piel arrugada que parecían salidos de la tierra misma. Al pasar levantaban sus caras sonrientes, dejando ver sus notorios dientes blancos. Cruzábamos campesinos que iban por los caminos, con su desordenado rebaño de cabras y llamas. Se notaba que a medida que nos adelantábamos iba disminuyendo toda presencia del hombre blanco, sin carteles ni anuncios en los caminos, que indicaran hacia donde nos dirigíamos.

Subíamos por los caminos entre peñascos y las laderas bañadas suavemente por el sol de la mañana. El trecho se hizo largo, hasta que llegamos al final de camino, adonde la nieve cubría los picos. El jeep se había detenido junto a la única choza con techo de paja, en este espectacular Valle donde pasaríamos quince días escalando. Uno de mis compañeros bajó y fue a examinarla, mientras nosotros comenzábamos a descargar nuestros contenedores y mochilas. Cuando regresó, nos miró y lanzó un profundo suspiro, diciendo.

-Está abandonada.

Alfredo, nuestro jefe de expedición, contestó con voz firme y decidida.

-Dejemos los contenedores en ella y transportemos el equipo, carpas y demás en nuestras mochilas, hasta el lugar que elijamos armar nuestro campamento base.

Después de habernos saludado con el conductor del jeep, me di cuenta de que este joven paceño, tenía grandes ojos y una hospitalidad a flor de piel y que iba a ser la última persona que veríamos por unos cuantos días. Él saltó nuevamente al jeep amarillo y arrancó desandando el camino que nos había traído hasta el Valle de HuichoKhota. Iba a gran velocidad y el rugir del motor, aunque fuerte en un principio, fue desvaneciéndose a medida que se alejaba desapareciendo de nuestra vista.

Un gran silencio nos cubrió, ahí estábamos solos nosotros, los cuatro integrantes de la expedición. Con una mirada haciendo un paneo a nuestro alrededor, pude ver lo maravillosas que eran las montañas que literalmente nos rodeaban."

"Sentí que me embargaba una sensación especial. Estábamos fuera del tiempo y el espacio. Como si todo se detuviera en el aquí y ahora, como en un estado meditativo. Sentimiento que aparecería una y otra vez que iba a la montaña. Eso me gustaba, esa mezcla de soledad y naturaleza..."



"Desayunamos y ese mismo domingo nos fuimos a escalar. En medio del gran silencio blanco, solo podíamos oír el crujir de los crampones que se hundían en la nieve dura y quebradiza de la mañana bajo nuestros pies. Estábamos ascendiendo al Cerro Willa Llojeta, que significa “Monte derrumbado” que está a 5.244 metros sobre el nivel del mar. Mientras avanzábamos por la ladera de nieve, practicábamos progresión con la piqueta. Herramienta que tiene forma de pico y es imprescindible en la alta montaña, que nos servía de multiuso: como bastón para tallar peldaños en la nieve y para frenarnos en caso de caída por la pendiente. Sumamente necesario para poder movernos con seguridad, evaluando siempre los riesgos en distintas condiciones que se nos podía plantear en estas montañas nevadas.

La inclinación de la pendiente era suave. Nos habíamos encordado de a dos. Ahí estaba yo, en la punta de la cuerda, esforzándome al máximo.

El día había transcurrido con las prácticas, refrescando las tenicas: progresar con los crampones mientras ascendíamos, moviéndonos por la amplia ladera de la montaña, haciendo manejo de cuerdas, durante la progresión sobre el glaciar. Por fin encaramos hasta la cresta más alta de la cumbre. Pasmados y con admiración podíamos ver la espectacular vista panorámica, en su totalidad. Con colores suaves las nieves descendían hasta el Valle de Huichukhota, que era como una gran olla nevada. Poco a poco fuimos reconociendo los próximos cerros a ascender."

Sabíamos que se había podido demostrar que la Cordillera

Real, abarcaba a más de la mitad de los 600 kms. de glaciares bolivianos.

Era ideal para ascender varias cumbres de arriba de 5.000

metros sobre el nivel del mar. A simple vista pudimos identificar a

Wajra Apacheta –cumbre “Asta de Toro”, en Aymara– que era una

escalada mixta, mezclando técnicas en roca y hielo. También estaba

el Jankho Huyo de 5.512 m.s.n.m., con su bello y extenso glaciar; y

finalmente, el Cerro el Warawarani o conocido como “Monte Estrella”,

que sería al último que subiríamos.

Extracto del capitulo 11 "Cruzando los limites fronterizos - Primer Expedición neuquina a los andes bolivianos" del Libro "PASION Y AVENTURA".




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